El cruel legado de
las torturas y la evolución de la pena de muerte en Tailandia son el principal
reclamo de un museo en la vieja prisión de Bangkok, una guía didáctica de los
entresijos de la vida penitenciaria y las formas de castigo.
Entre
otros recuerdos macabros, el Museo Penitenciario de Bangkok atesora el sable
que utilizó el último verdugo para decapitar al reo y exhibe una foto de un
sonriente Chavoret Jaruboon y su arma, con la que fusiló a 55 reos hasta 2002.
Siniestras figuras de cera de tamaño real representan los
tres tipos de ejecución legales que han funcionado en Tailandia: por
decapitación (hasta 1934), fusilamiento (hasta 2002) e inyección letal, vigente
hasta la actualidad.
En el primer caso, el condenado se
sentaba en el suelo con los piernas estiradas y atadas, al igual que los pies y
las manos, y con los ojos vendados.
Frente a él se colocaba un verdugo
que lo intentaba calmar con palabras mientras que otro, a su espalda, le
cortaba la cabeza con un sable y luego usaba un hacha para amputar los pies del
cadáver debido a la dificultad para separar los férreos grilletes.
La
muerte por fusilamiento requería que el penado fuera maniatado a dos maderos en
forma de cruz y que se ubicara de espaldas, tras una diana con el centro a la
altura del corazón.
Tras
recibir la señal con una bandera roja, el verdugo disparaba varios tiros con
una metralleta. Las ejecuciones se realizaban en medio de rituales y con
ofrendas, como flores, incienso, bebidas e incluso sacrificios de cerdos, para
calmar el espíritu del reo tras su fallecimiento.
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